martes, 24 de mayo de 2011

Diez

Huele, oye. Asoma la cabecita. No es increíble como una marioneta pasa a la vida. Colgada de los hilos. Paradójicamente, los hijos que le atan son los mismos que les hacen vivir. Baila, se mueve. Lo escucha y disfruta. Levanta la cabeza, asiente y sonríe. Es feliz. Se ha tomado la cápsula necesaria para segregar serotonina. Qué rico que rico. ¡Estás majara! ¿De qué estas hablando? Huele mal. ¿A qué huele? No tiene sentido, tú deberías estar muerto, entre las raíces de un bonito árbol; pereciendo para dar vida a un ser que, en comparación a tí, es de verdad transcendente para la realidad. La realidad no escatima en gastos. Todo lo pone a tu disposición. Todo para tocar, oír, sentir, ver y saborear. Saboreas la pared, tocas el filete, ves como suena y hueles roja la sangre. En tu cabeza, la vaca vaga por la pradera, soltando leche a borbotones. Come y mastica, muge y camina. No tiene comprensión. Mañana estará en tu plato bailando una danza erótica, introducirá su miembro y lo sentirás en tu paladar. Esquisito. Te fecunda y entras en éxtasis, entramos en éxtasis. Te derrites placer y tu cuerpo se funde con el suelo, para formar parte del sustento de otras personas, que te pisan, se sientan y no son conscientes de lo útil que es tener suelo. Prueba a no tenerlo. Caerás y caerás y nunca encontrarás suelo. Rogarás morir y no podrás. Estarás descendiendo hasta la eternidad, deseando golpearte con el suelo. Y no, no despertarás.