viernes, 30 de diciembre de 2011

trece

En la película el chico se portaba bien. No tenía dinero, nunca. Pero la trataba bien. Un día el chico se dio un golpe o le atropellaron cinco coches. Se tiro por tres puentes en los que el río estaba seco. Y ya en el suelo, con la cara desfigurada intentaba ahogarse en un charco formado por las lluvias primaverales. La chica sonreía, desde el puente, y buscaba una escalera. Después de mucho buscar, compró la escalera más bonita del mundo. Fue al país de donde salen todas las escaleras del mundo y allí habló con el maestro de todos los artesanos de escaleras y consiguió comprarle la mejor. La llevó hasta ese puente para que el chico subiese por ella. El subió, hasta donde estaba ella, pero las fuerzas no le dieron para más. Ella lo cogió en brazos y siguió subiendo. Subió y subió hasta que aquel puente y aquel mundo eran del tamaño de un guisante. El chico miró hacia abajo y lloró, pero al mirar hacia arriba sus lágrimas se evaporaron por el sol.
Un día se soltaron sin miedo. Flotando en el espacio, bailaron con los planetas, desnudos, y la música no hizo falta. Bailaron hasta que se fundieron en uno y aún hay padres que señalan a sus hijos dónde bailan en el cielo. Quizá la chica se cansó, o el chico se volvió caer al suelo. Quizá volvió a sacar un papel del sombrero en el que dice donde siguen bailando. Pero él nunca cerró el candado en el puente o simplemente no tenía dinero para comprarlo.

viernes, 14 de octubre de 2011

doce

Se encontraba en una habitación con las paredes negras, rojas, azules, amarillas, que cambiaban de color cada vez que pestañeaba. En el medio había un caballo con un sobrero de judío, que se reía entre tos por una fuerte gripe. No tenía dientes y cuando iba a la cafetería tenía que pedir pajita. A veces no había y eso le irritaba, hasta el punto de empezar a dar coces a diestro y siniestro a todos: al enano, al gigante, a Haley Joel Osment, al camarero, al dueño, a su madre y al Espíritu Santo.


Se despertó.


Se encontraba en una habtación con las paredes blancas, relucientes, tanto que llegaba a quemarle los ojos con solo mirarlas. En el medio había una escultura de un pene del tamaño de un hombre. Debía de ser oro, pero estaba tan sucia que había perdido todo su brillo. Se acercó al enorme genital y éste empezó a temblar, contorsionarse, emulsionar con movimientos espasmódicos, soltando de su gran uretra una sustancia roja a borbotones, a la vez que sus temblores cogían cierto ritmo. Escuchó en su cabeza una voz, pero distorsionada, como si le hablasen a través de un teléfono. La voz le decía que probase la sustancia y así lo hizo. Era sirope de fresa, como aquel que utilizaba su madre para hacer las tartas de queso que eran la envidia del vecindario.


Se despertó.


Se encontraba en una habitación sin paredes. El techo se mantenía flotando Dios sabe por qué fuerza de moníaca. En el medio había una Biblia agujereada por un disparo. Detrás de ella, un hombre negro arapiento se masturbaba con la mano en el bolsillo mientras lloraba y pedía perdon a Cristo por lo que estaba haciendo. Cogió la Sagrada Escritura con precaución de no acercarse al negro y la abrió. Estaba en blanco, todas las páginas, excepto una. En ella encontró su propia letra y la tinta del mismo bolígrafo que el utilizaba. En ella sólo estaba escrita una cosa repetida hasta la locura:


D E S P I É R T A T E

martes, 11 de octubre de 2011

Once

Nos vamos a la cama, desnuda, bañada por el sol de media tarde. Es la hora que más nos gusta para fundirnos en un éxtasis tribal. Empiezo a desnudarme, lentamente. Ella ya lo está, siempre lo está. Repaso todo su cuerpo con mis dedos, cada detalle, los memorizo y los borro de mi mente, haciéndo cada vez la primera. Puedo ver el deseo en su mirada. Aún así se resiste y sabe que eso hace que me excite mucho más. Estoy húmedo. Ella ya lo está, siempre lo está. Nos hundimos en el mar y comenzamos una danza infernal mientras Dante nos mira y se masturba. La toco y ella gime. Introduzco mis dedos en su interior y cada vez grita más fuerte. La beso y me muerde; me hace sangrar. Noto el dulce sabor de la sangre mientras mi miembro se desliza suavemente en su interior, en un lecho celestial. La ventana está abierta y la brisa perfila nuestra piel y eriza nuestro bello. Empiezo a sacudirla lentamente. Aumento el ritmo, hasta llegar a una velocidad brutal. Ella no para de gritar, dice que me ama, dice que no pare, nunca. No lo haré. 

Enciendo un cigarro que hace de éste un momento delicioso. Tiene una de sus pezuñas apoyada en mi torso y su respiración es lenta. Huele a verdes praderas, a un trozo de cielo. Las nubes se asoman por el ventanal y puedo verla flotando, a lo lejos, riendo y llorando. Ya es tarde y debo levarla de vuelta al redil. Su nombre es Asunción y la amo.

martes, 24 de mayo de 2011

Diez

Huele, oye. Asoma la cabecita. No es increíble como una marioneta pasa a la vida. Colgada de los hilos. Paradójicamente, los hijos que le atan son los mismos que les hacen vivir. Baila, se mueve. Lo escucha y disfruta. Levanta la cabeza, asiente y sonríe. Es feliz. Se ha tomado la cápsula necesaria para segregar serotonina. Qué rico que rico. ¡Estás majara! ¿De qué estas hablando? Huele mal. ¿A qué huele? No tiene sentido, tú deberías estar muerto, entre las raíces de un bonito árbol; pereciendo para dar vida a un ser que, en comparación a tí, es de verdad transcendente para la realidad. La realidad no escatima en gastos. Todo lo pone a tu disposición. Todo para tocar, oír, sentir, ver y saborear. Saboreas la pared, tocas el filete, ves como suena y hueles roja la sangre. En tu cabeza, la vaca vaga por la pradera, soltando leche a borbotones. Come y mastica, muge y camina. No tiene comprensión. Mañana estará en tu plato bailando una danza erótica, introducirá su miembro y lo sentirás en tu paladar. Esquisito. Te fecunda y entras en éxtasis, entramos en éxtasis. Te derrites placer y tu cuerpo se funde con el suelo, para formar parte del sustento de otras personas, que te pisan, se sientan y no son conscientes de lo útil que es tener suelo. Prueba a no tenerlo. Caerás y caerás y nunca encontrarás suelo. Rogarás morir y no podrás. Estarás descendiendo hasta la eternidad, deseando golpearte con el suelo. Y no, no despertarás.

miércoles, 9 de marzo de 2011

ocho

Me muevo. ¡Me muevo! Las piernas, los brazos, los deditos. Por la ventana me piden pollo. Me asomo y los veo allí, a los zombies. Como siempre vagando en busca de algo que comer. Tan tontos y tan felices. Les grito que no me queda pollo y se enfadan. Empiezan a soltar baba por la boca y a romper las papeleras. A uno se le cae el brazo y cuando otro se agacha para recogerlo su cuerpo se divide en dos. Me dan náuseas y me río. Cierro la ventana y vuelvo a la cama. Entiendo poco sobre los no muertos. De hecho ni siquiera sé si estan o no muertos. Cojo le portátil y busco en la Wikipedia. Sólo hay propaganda política cuando meto la palabra "zombie" en el buscador. Ya se han hecho con el poder. Al principio serán detalles, bares en los que no podré entrar; o simplemente ir al fondo del autobús. Bueno, es pasable. Prefiero eso que tener que comer cerebros. ¡Ag! Ya me dan asco los callos como para pensar en eso. Miro a mi derecha y veo al Coronel Kentucky tan feliz, impreso en un cubo de grandes dimensiones. Abro la tapa y descubro que aún quedan dos piezas, aunque una está mordida. Es increíble lo bien que huele después de dos semanas ahí. Lo cojo y vuelvo a la ventana. Ya se estaban marchando, persiguiendo su propia sombra por el suelo. Les grito y uno se da la vuelta y me señala con un brazo que no es el suyo. No le culpo, alguien debió comerse su pierna. Les tiro las piezas de pollo y me limito a observar como se pelean por él. Uno de ellos se acerca, parece el más avispado y eso que tiene el cráneo al aire libre y le falta un buen pedazo de masa cerebral. Coge el muslo, lo huele y me mira. Empieza a gritar: algo va mal. Entonces, hace ademán de tirármelo; pero la fuerza es mínima y solo consigue clavárselo en el ojo a su novia, que estaba enfrente. Desagradecidos; nunca más vuelvo a darles de comer.

domingo, 6 de marzo de 2011

siete

"Huele a pis", decía, mientras abría la tapa de su portátil. "La vecina habrá vuelto a hacerlo en el felpudo. ¿Te importaría ir a echar un poco de desodorante? No, es verdad, que no me queda. Da igual, estoy harta".
Dejó el ordenador apoyado en el sofá y pude ver que tenía de fondo de pantalla una foto de Jason Mraz. Ese tío apesta. Eché un vistazo a su piso. Tenia una colección de muñecos que regalan con los huevos Kinder. Al lado, una foto antigua que seguramente ya vino con el piso. También había una caja de tampones y una taza de los Beatles. De las que regalan con El País. Me despeiné el pelo y apareció por la puerta subiéndose los pantalones.
"¡Que frío en el descansillo! ¿Quieres una birra?".
Asentí y volvió a desaparecer por la puerta. Me levanté y ojeé sus libros. Basura. Los discos. Basura. No sé que estaba haciendo allí y pensaba una excusa para poder irme cuanto antes. No me dio tiempo. Volvió con dos vasos y me dio uno de ellos. Estaba caliente.
"La cerveza no está fría aún. No te importa, ¿verdad?".
Negué con la cabeza. Me quedaría mientras hubiese cerveza y después me largaría. Mi madre está en el hospital o tengo que estudiar. Di un trago corto, y no me dio tiempo a reaccionar. De pronto mi culo tocaba el portátil y ella encima, sin camiseta. Acercó su boca a mi oído.
"¿Te gusta esta cerveza?".
Escupí en su cara y la tire al suelo. Salí pitando de aquel sitio mientras oía su risa en el salón. Vomité en el descansillo, en la puerta de la vecina. Supongo que no se lo merecía. Murió a los dos días. Y yo ya estaba muy lejos de allí.

miércoles, 23 de febrero de 2011

seis

Venga, una pierna; la otra. ¡Mierda! No veo nada. Bah, bah, bah, tranquilo. Levanta la cabeza y pon cara de que te encuentras genial. Para algo has pagado y no vas a quedar como un pringao, Y menos delante de ella. ¡Está mirando! Hazte el duro. No tan duro. Relajado...te encuentras genial. Ahora, ¡baila! Y sonríe. Bah, no está tan mal. Otra, amarga. ¿Es impresión mía o cada vez el suelo está más cerca? Aquí se esta bien...quédate un ratito...cinco miuntos.
¿Eh? ¡Despierta! Muchas luces hacen que parezca mas bonito todo. Pero me estoy mareando. Decidido, voy a por ella. Espera, no puedes. Me arde el estómago, tenemos que vomitar. No hay tiempo, ahí. Más luces, una detrás de otra. ¡Y ahora a la derecha! No mas curvas o me volveré a marear y vomitarás. Se acerca alguien, da igual, bésale, te obligo, te obliga el cuerpo. No puedo, no quiere. ¿Máscarilla? No estamos en México. Pero nos tenemos que encontrar genial; si no, no haber pagado
.
   

martes, 22 de febrero de 2011

cinco

La velocidad hacía que se le ondease el viento. Yo estaba pendiente de la carretera, además de que no se le cayese la colilla en los asientos nuevos. Pero al final me quedaba como tonto mirando cómo daba una calada; cómo apretaba los labios, succionaba, y los separaba lentamente...no podía evitar que se me notase la excitación. Entonces habló:
"¿Qué vamos a hacer con el cura? No podemos dejar un fiambre en la parte de atrás del coche y hacerlo pasar por dormido mucho tiempo más, sobretodo si no paras de mirarme y no prestas atención a la carretera."
No tenía ni idea de lo que decía. Al principio la veía a ella hablando, después solo la boca pronunciando lentamente las palabras, las sílabas...finalmente, sólo las "os". 
Seguía intentando que no se notara mi perturbación, pero en ese viaje aprendí que nunca se debe llevar a una chica bonita en el asiento de al lado; nunca se debe tener un cura muerto en la parte de atrás, y nunca debes cruzar las piernas en el coche, sobretodo si eso supone dejar de tener control en el freno.

lunes, 21 de febrero de 2011

cuatro

Colocó los vasos una y otra vez. No podían moverse. El mínimo susurro, brisa o movimiento, alteraba ya su perfecta posición. Brillaba el sol fuera, y este pasaba por el cristal y se reflejaba en el reloj de un gordo seboso que comía sin hambre en una mesa del fondo. Pero ella no se podía mover, no ahora. Ni un centímetro, ya había calculado su posición y era perfecta; cerca de la caja, cerca de las hamburguesas. Pero tampoco podía apartar la vista de ese reloj, de ese hombre. Lo odiaba. No porque estaba gordo, no por el brillo del reloj; lo odiaba por su desorden. Era irregular. Asimétrico.  Nada tenía sentido en él. No era capaz de mirarle, pero al mismo tiempo no podía parar. Era como si la cabeza le fuese a estallar. Las náuseas se acercaban lentamente. Siempre se imaginó como un corro de conejos malignos que se pasaban su estómago unos a otros como una pelota. Era extraño. Pero también odiaba a los conejos. Y las manchas. Y a los calvos. Y a los perros, a las lamparas de pantalla verde, a las paredes pintadas de colores oscuros, los estampados y los instrumentos de percusión. Había muchas cosas que odiaba. De hecho, odiaba todas las cosas que podía, para así amar más la única cosa que siempre ha amado: la perfección.

domingo, 20 de febrero de 2011

tres

-¿Sabes? -me decía mientras se encendía un cigarrillo-, dicen que no pienso, que antes de actuar, de echar un zurullo, o de apagar esta colilla en tu ojo, no pienso. Dicen que funciono por instinto, pero yo se que no. Incluso algunos se atreven a llamarme animal.
Se dejó el cigarrillo en la boca, y metió las manos en los bolsillos de su chupa. Era vaquera, al menos del cuerpo, y las mangas de algodón o lana, no sabría decirte; pero no se podía negar que estaba echa un asco.
-¿Te gusta? -señalaba la chupa-, me la vendió un traficante. ¿Sabes por cuánto? -en su cara se formaba una sonrisa de estúpido orgullo-. Nada. Le tuve que dar una buena tunda al cabrón. Cuando me dijo que no tenía mi dinero, me di la vuelta y, mientras me iba, pensé: "¿Me estará mintiendo? ¿Esa sucia rata se va a quedar con lo que me debe?" En ese momento me di la vuelta, y vi como sonreía. La sucia rata tuvo el valor de sonreír.
Se sono la nariz en su manga, de ahí las manchas verdes.
-Así que le clave mi navaja en el ojo. Para que luego digan que no pienso antes de hacer las cosas, ¿eh? ¡¿Eh?! 
-acercó la cabeza en tono amenazante, hasta que su cabeza reaccionó al no ser yo una amenaza-. Prepárate, deben de estar apunto de hacer la señal
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viernes, 18 de febrero de 2011

dos

Salió del baño, y se apartó el pelo de la cara mientras miraba a la camarera. Tenía el pelo rubio, con un flequillo impoluto que caía en la frente, pero nunca por debajo de las cejas, nunca. A los lados, dos pinzas apartaban el resto del pelo de la cara, dejándolo caer hacia atrás. Cada una de las ondas, imperfectas, formaba un todo perfecto. Daba igual como fuese vestida; él no se fijaría en nada más que el cabello. Era su obsesión. No puedo decir que era un fetichismo; no delante de él. Si pasas el dedo por encima de mi nariz, notarás como se tomó la única vez que se lo dije.

jueves, 17 de febrero de 2011

uno

Me metí en el coche con él. Evitábamos el cruce de miradas, como en un ascensor, pero sin espejos. Entonces se empezó a bajar la cremallera del pantalón, y sacó la polla. Me miró:
-Ahora, chúpamela.
Le miré extrañado, y miré su miembro; no pude evitarlo. Por una milésima de segundo pensé en que iba a morir con una polla en mi boca. Pero se rió.
-Déjalo, no sé que se me ha pasado por la cabeza.
Entonces se la cogió y se la volvió a guardar. Me dejó en el hotel, y esa fue la última vez que le ví. Después supe que había llegado alto, muy alto. Aunque nunca dejé de pensar que una polla así pudiera llegar a Reichsführer, y menos aún a dominar el mundo...