jueves, 17 de febrero de 2011

uno

Me metí en el coche con él. Evitábamos el cruce de miradas, como en un ascensor, pero sin espejos. Entonces se empezó a bajar la cremallera del pantalón, y sacó la polla. Me miró:
-Ahora, chúpamela.
Le miré extrañado, y miré su miembro; no pude evitarlo. Por una milésima de segundo pensé en que iba a morir con una polla en mi boca. Pero se rió.
-Déjalo, no sé que se me ha pasado por la cabeza.
Entonces se la cogió y se la volvió a guardar. Me dejó en el hotel, y esa fue la última vez que le ví. Después supe que había llegado alto, muy alto. Aunque nunca dejé de pensar que una polla así pudiera llegar a Reichsführer, y menos aún a dominar el mundo...

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